DOÑA IRENE Y DON JULIÁN. DOS MAESTROS QUE DEJARON HUELLA. ARMILLA 1967-1978


FRAGMENTOS DEL LIBRO  “UN 27 DE ABRIL.

MEMORIA GRÁFICA”

 AUTOR: JULIÁN GONZÁLEZ LÁZARO

Editorial Círculo Rojo

Fotografías: Cortesía del autor.

 

 

-I-

LA LLEGADA AL PUEBLO, SUS AMISTADES, SUS AFICIONES…Y ALGUNAS COSAS MAS.

 

               D. Julián comenzó su labor profesional como maestro en el pueblo de Armilla, destinado a la Es cuela Parroquial, en el mes de septiembre de 1967. En el mes de mayo de 1968, al terminar el curso,  los maestros Julián e Irene  se trasladaron a vivir al pueblo de Armilla. De esta manera, evitaban que Irene tuviese que coger diariamente el tranvía. Ya se encontraba bastante avanzado su estado de buena esperanza, por la llegada de Pedrín. Siempre pensaron que sería un niño.


Alquilaron un pisito en la calle Lugo. Casa recién construida. Calle sin asfaltar. Sin tráfico alguno. Muy tranquila. Con vecinos extraordinarios, tanto en el piso contiguo: Guillermo e Isabel, con dos niños: Guillermo y Gustavo. Como frente a la casa: Manolo y María. También con niña y niño. Con los mismos nombres de sus padres.

Posteriormente vinieron a vivir, en el bajo, unos sobrinos de María. También buenísimas personas. Nunca olvidarán tantas atenciones, como tenían los vecinos con ellos .En casa de Manolo encerraba el coche. Primero un 600D. y luego el Renault 12.Ambos de color blanco.

Recuerda Julián que el primer día que encerró el coche nuevo, el Renault 12,en el gran corral de su vecino, al entrar por el portón, acostumbrado al 600, lo rozó en el lateral derecho. Fue un gran disgusto para el maestro. El bueno de Manolo, no paraba de consolarle diciéndole:

“No se preocupe usted, Don Julián, vamos a celebrarlo tomando un vino, con unas morcillas de Armilla, hechas en mi casa. Éstas que tanto le gustan a usted y doña Irene. Yo he rozado el carro más de cien veces.”

Como el nuevo coche estaba todo riesgo, al cabo de uno días, otra vez nuevo. Ya no volvió a rozarlo más, le cogió la medida. Se fijaba bien por el retrovisor, al entrar y salir del reciento cubierto.

Manolo se dedicaba, como muchos de los armilleros, a recoger la basura de Granada, con pequeños carros, tirados por dos burritos.


Mediante este sistema, se venía recogiendo, desde época inmemorial por el laberíntico barrio del Albaicín. Otro medio de locomoción, entonces, no era posible. Por las noches y madrugadas, en las carreteras de Armilla, La Zubía, Maracena...pueblos muy próximos a Granada, se veían hileras de carritos. Todos ellos con sus farolillos encendidos, tirados por dos mulillas o burritos. Iban cargados con la basura al lugar donde depositarla.

         Toda la familia vivía de este humilde trabajo. Y, alimentaban cuatro y hasta seis cochinos. Los restos que diariamente acarreaban para las pocilgas, era el manjar de los cerditos. Estos esperaban ansiosos el rico bocado, traído de las sobras de comidas, de una y mil casas, del barrio nazarí granadino.

En las matanzas de Armilla, se hacían unas morcillas de cebolla, exquisitas, riquísimas. A Julián e Irene les gustaban mucho. Muchas de las familias, el día de la matanza, invitaban a los  maestros a probarlas. Si no podían asistir, les enviaban una “ristre” de seis u ocho, a su casa.

Desde que se trasladaron a Armilla, no solo vivían en el pueblo, sino también convivían con todos sus vecinos. Como una familia más. Todos les respetaban y apreciaban mucho .A principio de llegar a Armilla, recibieron una llamada de teléfono de los padres de José Eduardo. Ellos habían llegado en visita a Granada y en concreto a la Alhambra. No querían marcharse sin saludar a los cuñados de su hijo Eduardo. Quedaron en el hotel donde se hospedaban. Estaba próximo al paseo del Violón. Fue una gran alegría encontrarse con los padres del futuro cuñado.

 La señora Angelines, madre de José Eduardo, no paraba de alabar a Irene, por lo guapa que estaba, lo bien que cuidaba a Julián y lo perfecto que le sentaba el matrimonio.

Don Eduardo, padre de José Edu, con su máquina fotográfica, hizo una foto a los tres. Cogió a Julián por el brazo, paseando detrás de las dos mujeres. Siempre fue muy atento y cariñoso. Lo mismo hacía Angelines, con Irene.

Se acercaron a una cafetería donde tomaron café. Charlaron largo rato y se despidieron con un fuerte abrazo. Besos de los padres a Irene. Deseándose mutuamente lo mejor. Irene y Julián enviaron un fuerte abrazo a su hijo y hermana, a través de ellos.

Antes de despedirse, Julián les invitaba a visitar su nueva vivienda en abrazo a su hijo y hermana, a través de ellos. Antes de despedirse, Julián les invitaba a visitar su nueva vivienda en Armilla. A tomar unas morcillas especiales del pueblo granadino. No pudieron acercarse, por la escasez de tiempo.

 “La próxima vez que volvamos con José Eduardo y Luisina las probamos”-dijeron al despedirse.

En Armilla, hicieron muy buenos amigos, además de los queridos vecinos. Es de mencionar especialmente a la familia Salinas: Pedro y Carmela. Sus hijas: Mari Carmen y Conchi, fueron alumnas de Irene y Julián. Niñas buenísimas. Tenían un hijo pequeño. También se llamaba Pedrito. Los dos Pedritos, eran del mismo tiempo. Otra niña más pequeña, Marian, era la cuarta de los hijos. Formaban una familia muy acogedora y generosa.


Pedro Salinas, fue un hombre muy trabajador. De joven, comenzó con una bicicleta vendiendo leche. Posteriormente, puso una pequeña tienda de electrodomésticos. Por su trabajo, obtuvo la concesión de distribuidor del Gas Butano, en los pueblos de la zona sur de Granada. Gracias a su honradez, esfuerzos y sacrificios consiguió un gran patrimonio.

Pedro Salinas, adquirió una pequeña flota de camiones. Dio ejemplo a bastantes repartidores. Su cuñado Bernardo, hombre muy trabajador y honrado a carta cabal, era el coordinador de todos ellos. Julián fue testigo, en más de una ocasión, cuando algún sábado, le acompañaba por los pueblos próximos, de cómo Pedro condonaba pequeñas deudas a familias con escasos recursos económicos. Incluso, más de una vez le vio dar algo para la prole, pues muchas de éstas, eran familias numerosas.

A don Pedro Salinas lo conoció Julián, a los pocos días de llegar a Armilla. Fue a comprar a su pequeña tienda un calentador para la escuela parroquial. La tienda estaba en la calle Real, haciendo esquina con la que va hacia Churriana y Las Gabias.

Nada más conocerse, Pedro y Julián, simpatizaron. Se entendieron. Al cabo de los años, llegaron a sentirse grandes amigos. Tanto Pedro como Carmela, trataban a Irene y Julián como si fueran de familia. Cada vez, que los maestros iban a casa de los Salinas, todo lo que les ofrecían, les parecían poco.


Pedro Salinas, animó a Julián a sacarse la licencia de caza. Desde entonces, salían juntos en las cacerías. Gracias a Pedro, Julián recorrió casi todos los campos de caza menor de la provincia granadina.

 El amigo Pedro Salinas, tenía mucho común con Augusto, hermano de Julián. Precisamente, con esta querida familia fueron en una ocasión, los seis a Almería. Dos coches. Hicieron el viaje, ida y vuelta por Guadix. Augusto simpatizó con Pedro Salinas. Eran hombres de negocios. Empezaron de la nada. Se hicieron ellos mismos, con su propio esfuerzo. Lucharon por sus familias. Con unos mismos ideales. Muy buenas y nobles personas.

Como anécdota, en una ocasión, Julián junto a Pedro Salinas, asistieron a un concurso de tiro al plato en Loja. La inscripción costaba bastante cara. Julián había ido por acompañar a su amigo. Ver la fiesta .Conocer el concurso. Degustar los numerosos pinchos que se ponían en las mesas. No se inscribió. Tampoco aceptó que Pedro le pagase la inscripción .Pero, tanta era la insistencia de Pedro que, Julián le dijo:

 “Déjame tu escopeta”.

 Con la condición de tirar una sola vez, en las pruebas previas y fuera de concurso.

Julián disparó y por chiripa, el plato quedó dividido en dos partes. Se oyó un ¡oooh! de admiración. En décimas de segundo, un nuevo tiro y, el trozo mayor, quedó hecho añicos.

Numerosos aplausos. Admiración por el maestro.

 “Tienes que inscribirte, tienes que inscribirte”.-Le decían los amigos.

El mismo Pedro insistía y le decía:

“¡Has hecho carambola!”.

Julián sabía que había sido de “potra”. No se inscribió. No quiso perder su halo.

Armilla no tiene montes. No hay posibilidad de practicar la modalidad deportiva de la caza. Sin embargo, siempre tuvo grandes cazadores. La afición a la caza era grande.

Los cazadores, en las madrugadas del domingo llenaban el bar de “La Peña. En él se ultimaban los detalles. Las plazas en los coches. Las escopetas Los perros....Todos se tomaban un café caliente y un chopito de aguardiente, antes de la partida.

Julián siempre tenía asiento en el coche de Pedro, al lado del conductor. De copiloto .Los demás compañeros se repartían en otros vehículos. Entre los cazadores, recuerda especialmente a:

            Antonio Almazán. Este había estado en Francia. Allí se compró una escopeta de repetición y vendió a Julián una AYA, del 12 paralela. Estaba bastante bien cuidada. Julián la llevó a una armería de Granada, donde se la empavonaron. Quedó como nueva.

Al hacer la entrega y pasar revista de la escopeta, en el Cuartel de la Guardia Civil, Almazán le dijo:

“Don Julián, con esta escopeta usted no tiene más que encarar. La pieza cae sola”.

Entre risas, se dieron un abrazo, deseándole suerte. Su hermano Ángel, fue un buen defensa del equipo de fútbol Arenas Gran amigo y mejor persona .Tenía un taller de motos y era representante de la firma Vespa. Vendió a Julián un vespino de color rojo. En ella aprendió Pedrín y luego se la trajo a Madrid.

José Chaparro Conejero,”Chaparrito” y su hermano Rafael. Buenísimos tiradores y extraordinarias personas. También iban de compañeros Miguel “Panchito”; Manuel “Matalastoas”; Juanillo “El de la Imprenta”; Manolico “El de la Niña”; Antonio “El Calvivas; José Martín Megías “El Pitillo”....

Julián menos avezado en la caza, solía ir al lado, cerca de su amigo Pedro. Formaban en abanico, pero, en sentido cóncavo. En punta, siempre los más andariegos. Cuando se pasaba por los rastrojos de las vides, Julián revisaba las cepas. Le gustaban las uvas dejadas tras las vendimias. También, cuando pasaban junto a alguna higuera, la revisaba por si podía coger algún higo abandonado, medio seco. Dulce como el almíbar.

En los ratos de descanso, de parada, de comentarios, Julián repartía almendras, avellanas, o frutos conseguidos en los árboles, ya esquilmados por los recolecciones, vendimias o por los pájaros. Recordando a Primitivo que siempre llevaba castañas o frutos secos para aguantar todo el día en el campo.  Había quien decía “si no fuera por  Don Julián no aguantábamos más, el nos da emergías  para seguir en la brecha”.

Cuando en alguna de las ventas, por donde se pasaba, se hacía una “comilona”, si uno ponía un trozo de pan, encima del guiso, todos paraban. Era el momento de pasar el porrón o botella con pitorro, para echar un trago de vino tinto al gañote. Había muy buenos cocineros.  Julián servía de “pinche. Eran los momentos de las anécdotas, chistes, exageraciones, del divertimiento, en definitiva, de pasarlo en buena camaradería y hermandad.

En Armilla, se hicieron numerosos amigos. Imposible relatar todos sus nombres. Todos ellos gente extraordinaria. Buenísimas personas. Quedan en el recuerdo de forma imborrable. Tanto vecinos del pueblo como profesores de los colegios San Miguel, Julio Rodríguez, Patronato......

 

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