Una crónica de Salvador Cantos López
Había
dos clases de economía: la de los propietarios y la de los jornaleros y
rebuscadores. Digo buscadores porque, cuando se recogían las cosechas, entraban
estas personas en el campo y si se segaba el trigo, que se sembraba bastante
por entonces, entraban las espigadoras, que buscaban las espigas que se había
caído y poder así cambiar el trigo por pan. El trigo, una vez lavado para
quitarle el salvado, se cocinaba cocido como el arroz, restregándose en una superficie plana de piedra o similar.
También se
sembraba mucha patata y como es natural también entraba la rebusca. También
operaban los rebuscadores con otros productos para el ganado como la cebada.
Con el grano y paja del centeno se
alimentaba a los mulos,. También se sembraba
centeno. Se segaba verde para las vacas,. Los nabos los sembraban más
bien los de la Genera, el Joaquín y hermanos. Sobre el tema de los nabos quiero
decir que algunas familias los consumía cocido como las patatas. La remolacha
azucarera y el maíz también eran productos que se cultivaban por estos campos.
El maíz tenía algunas particularidades, pues se sembraba en los rastrojos del trigo o
cebada. En otoño, tras la recogida y el
secado al sol, era una fiesta. Se reunían en las casas de los cultivadores los
novios y novias de las familias y amigos y allegados para llevar a cabo el
“desfarfollado”. Esta actividad consistía en desnudar la panocha de su capa
protectora. Con las hojas más suaves del interior, se llenaban los colchones, y
además cuando algún hombre tenía la suerte de encontrar una panocha de color
rojo, besaba u abrazaba a la mujer que estuviera a su lado, normalmente la
novia.
Durante la labor se cantaban coplas y se bebía el aguardiente
y había una coplilla que recuerdo que decía:”En
mi pueblo no se estila eso, que se estila un abrazo y un beso”…Esta
letrilla se cantaba con una melodía y un
tono peculiar que seguro que alguien de
entonces recordará. Luego del desgranado
se ponía la panocha en vertical encima
de un tronco de madera y se rastreaba con un pequeño hocino metálico, o con un
cuchillo de hoja ancha y con poco filo.
Fotografía: Mazorcas “desfarfolladas”
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