Crónica de Salvador Cantos López
Además del lavadero existió un
abrevadero para las bestias, pues cada labrador tenía su yunta y algunos dos y
a eso habría que añadirle los mulos y borricos que poseían los basureros. El
agua procedía de la acequia gorda, por lo tanto no era potable. Este abrevadero se encontraba delante del lavadero
a orilla de la carretera y tenía una especie de penacho en forma de medio punto
y en lo alto una pequeña cruz de Caravaca. Por la parte de atrás del lavadero había una tapia
a media altura como delimitando una propiedad. En ella solían tender las mujeres
las sabanas a secar y solear. Entre el lavadero y el abrevadero había una
franja, y más allá, se extendía el césped, lugar donde también se tendía la
ropa. De esta forma, tras estar un buen rato
la colada allí las lavanderas regresaban a casa con la ropa lavada y
seca.
También recuerdo había mujeres que lo hacía a sueldo, o sea, lavaban la ropa de alguna persona pudiente que
pudiera pagar esta faena tan dura y engorrosa.
La última labor de la jornada de
lavado, si el tiempo lo permitía, era meter en la pila a los niños y bañarlos
bien bañados. Frotando a base de bien…como un rato antes habían hecho con las
sábanas, ropa y lencería variada. Ya te
digo: era una mañana o una tarde bien
aprovechada pues a casa volvía la madre con los niños bien aseados y curiosos y con
la ropa requetelimpia, oliendo a sol.
Fotografía: EL antiguo lavadero de
Armilla, con las señoras en su tarea, la autoridad, los labriegos y los mulos.
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