Una crónica de Salvador Cantos López.
Hoy me ha venido a la memoria un
acontecimiento que tenía mucha relevancia en nuestro pueblo en aquellos años,
de aquella Armilla de entonces en la que todos nos conocíamos. Se trata de la
especial forma en la que se celebraban los bautizos. En la mayoría de ellos se
celebraba una fiesta en la casa del recién nacido. Allí acudían todos los vecinos a consumir la
sangría o limonada, todo bien animado por el acordeón de Zapata, o alguno de
los hermanos Mariquilla, sobre todo Juan Manuel. Lo habitual era que el nuevo cristiano fuera llevado por la madrina, con un amplio
acompañamiento de vecinos del pueblo, a pie por la Calle Real, hasta la Iglesia,
Una vez terminada la ceremonia, en el atrio esperaba la chiquillería gritando: “¡¡Roña
roña!!”
El griterío iba acompañado de una cancioncita que decía: -“¡Eche usted padrino, no lo gaste en vino!”.Y el padrino
solía lanzar al aire puñados de monedas que los niños se revolcaban en el suelo
a recogerlas. Pero, si padrino no cumplía
con el protocolo, las canciones se tornaban en insultos, como estos:
-“¡ Ron ron ron el compadre es un
bribón !”,
-“¡Roña roña roña, la comadre es una
bribona!”,
-“¡ Rin rin rin el niño se va a
morir !”,
La mayoría de las veces las cantinelas surgían efecto y
las monedas volaban, con la consecuente alegría y algazara de la chiquillería.
Como ya comenté en otras
crónicas eran tiempos muy malos. El
régimen imperante consiguió que la sociedad se dividiera en estratos por
niveles de renta: los ricos, los
medianos, los jornaleros y los indigentes. La relación entre las distintas
clases no existía apenas, incluso se odiaban. A la caída de la tarde los
jornaleros se reunían en la puerta del Bodegón (como se le llamaba a las
Bodegas Alonso) para que les avisarán para trabajar en el campo, coincidiendo
con la hora que las mujeres de los labradores, más o menos ricos, pasaban entre
ellos. Iban con las canastas de mimbre llenas de hogazas de pan recién
horneadas con su olor característico, del horno de Eugenio o Ramoncillo. Yo fui
testigo de una conversación entre ellas: - “¿Has visto que cara ponen?, a ver
si se les salta la hiel”. También estaba la clase de los uniformados, los
militares, los tranviarios, los empleados de correos, los ordenanzas, los guardias y los
porteros con su uniforme y gorra de plato, lo que les daba cierto aire de autoridad y superioridad.
Los Reyes Magos a los niños de las
clases más pudientes les traían bicicletas,. A los más chicos unas de tres ruedas, que consistía en un
tablero de madera con forma parecida a una guitarra con un manillar y en ocasiones
con la cabeza de un caballo con pedales en la rueda delantera. A los mayorcitos les traían bicicletas de dos ruedas
siendo en aquellos tiempos macizas de caucho.
Me viene a la memoria la habitual
indumentaria que usaban los niños con atuendos de sus hermanos mayores. Muchas veces
con la talla más grande y con piezas en los codos de las chaquetas y con culeras
y rodilleras en los pantalones. Los recuerdo corriendo detrás del afortunado
ciclista rogándole que les dieran una vuelta. Si queríamos montar en bicicleta
( ya he comentado que las bicicletas solo era propio de clases pudientes era un
“tesoro“ al que no todo el mundo podía acceder) o teníamos algún amigo que tuviera una (como era mi caso) o teníamos que alquilar una
de aquellas en el taller de bicicletas de Noguerol, que estaba situado entre el
molino de piensos de Valero y la casa de la Elodia en el Puente de la Era. Su precio era una hora una peseta o media hora a 50
céntimos. Y allá íbamos nosotros hasta Gabia o hasta la Paloma felices como
perdices a lomos de nuestras bicicletas, sintiéndonos los reyes del mambo.
Recuerdo también otros vehículos muy peculiares que eran las
bicis a motor. Eran simples
bicicletas con un pequeño motor de
gasolina situado en la rueda delantera el cual, que poseía un rodillo dentado en
la cubierta. Todo el mundo las llamaba
“mosquitos”. Mi tío Torrente tenía una
bici motorizada de esas. Era muy popular este vehículo entre nosotros, los
niños. Le llamábamos “La Peorra” y era de la marca “Iresa”.
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Fotografía: Típico “mosquito” años 40
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