Una crónica de Salvador Cantos
López publicada en la página de Facebook “Armilla, recuerdos de mi pueblo”
Hoy he recordado a otro personaje que nos visitaba y
se trata posiblemente del padre de los polos helados. Hay que recordar que en
las de década de los 40 y 50 no había en las viviendas frigoríficos, pues bien
este hombre venía con un carro al igual que el de los helados pero con una
particularidad: él portaba una barra de
hielo y una colección de botes de distintos colores. Pues bien, por una “perragorda”
te vendía su producto. Con un artilugio similar a un cepillo de carpintero,
rascaba la barra de hielo que después prensaba en forma de cuña y le colocaba
un palito, después con los botes, que era un jarabe de distintos sabores, lo impregnaba
con el sabor que elegías: de mora, de fresa, de limón, de naranja, y algún
otro, y ¡hala a chupar en las tardes de verano!
Las barras de
hielo, que también en verano se repartía en bares o particulares, las traía un
carro con un cajón cerrado y forrado de placas de corcho y tirado por un mulo.
Dichas barras tenían unas dimensiones de medio metro de longitud y treinta centímetros
por cara. Este producto ha llegado casi hasta nuestros días.
En verano la vida a partir de la caída del sol se
hacía en la calle. Se sacaban las sillas a la calle, y toda la familia a tomar
el fresco hasta que ya tarde comenzaba a refrescar para poder dormir, (ese es
el motivo de que en Andalucía la siesta sea una institución pues la gente se
acuesta tarde, y se levanta temprano). Era también la forma que tenían los
novios de pelar la pava, aunque dieran un paseíto sin alejarse mucho de la mirada
materna. De vez en cuando, si los vecinos estaban bien avenidos, solían
juntarse en tertulia o hacer una sangría o limonada bien fresquita con los
trozos de hielo de la barra.
Otra cosa que
quiero recordar es el papel que en aquellos tiempos tenía la Iglesia,
aglutinaba toda actividad social, contaba con un poder de movilización
importante, sobre todo en las mujeres. Los festivos con la misa de doce, todas
bien arregladitas y con su velo y su libro misar, y después, paseo por la calle
Real hasta la puerta de la base aérea en primavera, invierno u otoño si el
tiempo acompañaba. Además este paseo servía para verse con el pretendiente, el
novio, o algún amigo especial.
El mes de Mayo
era el mes por excelencia, el mes de María, el mes de las flores. Había que acudir
a la Iglesia por la tarde todos los días, donde Don Emilio, o después Don
Nicolás daban sus charla siempre en torno a la Virgen y se llenaba la Iglesia
de flores, se cantaban coplas de alabanzas a ella. Recuerdo una que decía: “Venid
y vamos todas con flores a María, con flores a porfía, que madre nuestra es…”.
Supongo que al decir a "porfía" quería decir haber quien lleva más
flores. Otra canción decía: “De todas las flores que El Buen Dios creó, ninguna
te iguala en pureza y candor, y amaneció el día con su resplandor, reía y
decía, Señor yo soy de María”. Creo que las más mayores, recordarán el tonillo
que se daba a las estrofas, yo lo recuerdo perfectamente. También se
aprovechaba, la salida a la Iglesia para dar un vistacillo al pretendiente, o
al chico de su agrado.
No puedo dejar
de hacer mención aquí a la Aurora, la
Campanera. Ella se encargaba con
maestría hacer todas las llamadas, las cuales distinguíamos perfectamente: llamadas a
misa, llamadas a triduo, anuncios de muerto,…a este repicar de
campanas en concreto, Aurora le daba una cadencia penosa, y hasta cuándo el
muerto era un niño. Parecían decir las campanas. ”Par nene, par nene, par nene…”.
Naturalmente a las doce del día, el Ángelus. Los niños presumíamos que nuestras campanas, las de Armilla, eran
mejores y sonaban mejor que las de Churriana. ¡La verdad es que con los
churrianeros nos llevábamos a matar!
Las bodas o los
entierros eran todo un acontecimiento. Por lejana que estuviera la residencia
del finado o de la novia el recorrido se hacía a pie, siempre por la calle
Real, con los acompañantes y todo el mundo en las puertas para no perder
detalle. Bueno todos los casamientos no se hacían por la calle Real, había
algunos que se hacían por detrás de los huertos, como vulgarmente se decía, y
eran las que iban embarazadas, pues acudían a la Iglesia por la parte de atrás,
Esto se podía hacer porque casi todas las viviendas de la calle Real tenía en
la parte de atrás un corralón o huerto, y hasta el callejón de las campanas, o
al llamado camino de Churriana, esas bodas se procuraba que se viera lo menos
posible.
Y siguiendo con la Iglesia y sus asuntos, para jolgorio…¡Cuando
nos visitaba los Misioneros!! Para la
chiquillería esto era todo un acontecimiento. Venían una vez al año y en grupos
de varios. Nos contaban, con su acento forastero con muchas eses, sus cosas de tierras lejanas y misteriosas….Lugares
exóticos que me hacían viajar con la imaginación y que convertían a esos
personajes, los misioneros, a mis ojos de niño, en valientes aventureros que
llevaban una vida en continua zozobra,
enfrentándose, día a día, a un sinfín de peligros y adversidades entre
selvas, cataratas inmensos y violentos salvajes ávidos de sangre cristiana. …En fin, la Santa
Madre Iglesia tenía una actividad continua y no paraba de organizar sus eventos
para todas las edades y sexos.
Fotografía de autor : Boda en Armilla dónde
se ven muchísimas caras conocidas del pueblo,. La novia Anita Cantos, al lado de la novia a la izquierda, Mari Cantos. Entre los niños que se ven en la fotografía a la derrecha se reconoce perfectamente a Jesús Criado y sacando la cabeza y medio fuera, el autor de la crónica Salvador Cantos .
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