¡¡ AL RICO HELADO !!

  

 Una crónica de Salvador Cantos López recogida en el grupo de Facebook

“Armilla, recuerdos de mi pueblo”

 



   Carlos,vendedor ambulante de helados en Armilla. Años 60. Fotografía: Archivo de Paqui Cantero.
 

De otra cosa que quiero hablaros es que más abajo, en la calle Real y a continuación del callejón de Ramírez, de la casa de Pepe “el Palolo”, y de  mi abuela, vivía Rosario “la Pepe Porras”, por el mote que se conocía a la familia. Su hija María casada con un empleado de la heladería Los Italianos en la Gran Vía de Granada, puso un despacho de helado que hizo las delicias del pueblo por su extraordinaria calidad, y se podía consumir tanto en los ricos cucuruchos de barquillo ,en tarrinas para llevar a casa, o las barras para los cortados. (Los cortados se hacían poniendo unos cuadraditos de barquillo a cada lado de la barra de helado y se daba un corte con un cuchillo bien afilado, que mojaban previamente, que suavemente cortaba el cacho de helado bien fresquito.  Yo miraba hipnotizado y se me hacía la boca agua. La mano experta cortando la barra de helado, sobre todo cuando era un “corte doble”…es decir, doble ración y doble grosor… Los “cortes” podían ser de dos sabores, vainilla y chocolate…o tres, nata, chocolate y vainilla) No había tanta variedad de sabores como hay ahora y a los niños de entonces nos sabían a gloria bendita y un motivo de fiesta. Los “cortes” era un helado más típico de madres y abuelas, los chiquillos casi siempre preferíamos los cucuruchos (si tardábamos mucho en tomarlos y hacía mucho calor el final del cucurucho se convertía en una masa blanda y goteante de helado desecho mezclado con barquillo informe que nos dejaba buenos lamparones en la ropa, cosa que, por otra parte, nos importaba bien poco).

Eran habituales  las colas en las tarde- noche de verano para adquirir los helados, sobre todo cuando la gente se dirigían al “cine de verano del Calvo” en las Tres Cruces.

Ahora me ha venido a la memoria otro producto que se vendía por la calle también con su pregón característico, que se compraba o se cambiaba por botellas o por alpargatas viejas. Eran los barquillos de canela y otros sabores, una especie de hostias del diámetro de una hogaza de pan y de cuatro o cinco milímetros de grosor. Eran crujientes  y al rato te producían una bola seca en la boca. Creo que entraban más por su apariencia vistosa y llamativa (Grandes círculos de barquillo grandes, redondos, de colores brillantes) que por su sabor. Cansaban rápidamente, eran bastante insípidas y, ya te digo, te resecaban, no te producían esa bocanada de frescor de los helados de antes. En definitiva  era algo que gustaba más al sentido de la vista que al sentido del gusto…Por lo menos, por lo que a mí respecta. 

 

 

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