Una crónica de Salvador Cantos López recogida
en el grupo de Facebook
“Armilla, recuerdos de mi pueblo”
En la última casa que hay en
primera línea y que ya linda con la
tapia de de aviación, en la parte baja vivió Concepción “la Bombera” ,viuda
y con sus dos hijos, Manolo y Francisco, más conocido como Patiti, el padre que
era de la familia de los Chorlosy se mató en la construcción de los barracones
de los aviones, donde trabajaba. Y en la parte alta vivió Frasquito el Chacho,
y Teresa Ríos y sus tres hijos Poco, Tere, y Miguel, casado con Encarnita, hija
de el Nene Lupion. Tanto Frasquito como el Nene, y Miguelillo Ríos fueron
empleados de la base de carpinteros.
En la calle paralela de
detrás se criaron muchas familias de armilleros muy conocidos, en las entrada
de la calle vivían los de la Cava, los “Gordicos” que eran varios hermanos, los
de la Ursulica, los de la Josefica, los del Mono, Antonio, que trabajó en
Cenarro, Rosarito que se casó con Manolo, hermano de Patiti, y Mari Carmen, que
se casó con Jacinto, de la Josefica, los Pitillos, también varios hermanos, uno
de ellos, el Pepito que fue policía municipal en el Ayuntamiento de Granada, y
en la última ya junto a las tapias, los de Manolillo el Guarda, donde se crió
Juan el de la imprenta Jufer.
Tanto la primera línea vamos
la de atrás, continuaban hasta las inmediaciones de la base, en las de primera
línea nos criamos la familia del Nene Lupion con sus hijos Paquito, Encarnita,
María Teresa, y Emilio, este último fue infectado por la poliomielitis, y que
ejerce se mecánico dentista en su clínica de Armilla. Los demás hermanos
nacieron en otro lugar de pueblo. La casa de mis padres donde nací yo, mi
hermana Mari, y Mi Chico, mi Tere nació en las eras. La casa aunque la ocupábamos
nosotros, había sido expropiada a mi abuelo Materno. Lo mismo pasó con todas
las que hoy se encontrarían dentro del recinto militar , también fuero
expropiadas a sus dueños. La última casa, la de los Azpeitias, también varios
hermanos todos varones, Eleuterio, Paquito, Andrés, (este perdió un ojo de niño
jugando con otro,) Demetrio, e Isidro. Todas las familias hemos mantenido una
relación muy estrecha durante toda nuestra vida.
Las casas que tenían solería
de mosaicos eran una bendición para uno de los juegos que practicamos los
niños, me refiero al fútbol, en la modalidad de tapones de gaseosa y botones,
por la línea de las lozas trazábamos un campo con tiza, y dos pequeñas
porterías fabricadas por nosotros hasta con sus redes, y un balón de corcho del
tamaño de una uva no muy gruesa, los tapones se forraban de tela que se
atirantaba presionándola con el corcho del interior que hace de junta, y en la
parte de arriba, se le pegaba la foto de los jugadores de tu equipo preferido, el
tapón se golpeaba con el dedo anular encogido sobre la yema del dedo pulgar,
para desplazar el balón hacia la portería, el proceso de los botones era el
mismo, de trataba de botones de hueso de los abrigos por su tamaño, y se
desplazaban presionando con otro botón el borde de forma que saliera despedido
en dirección del balón.
Las niñas jugaban a la
rayuela o a los cromos, a los cromos jugaban en los escalones de las casa que
los tenían de mármol o granito, los cromos eran pequeñas postales del tamaño de
un sello de correos, se ponían boca abajo una cantidad pactada y con la mano
extendida se golpeaba a la vez que con habilidad se giraba la muñeca hacia
arriba con la intención de que dieran la vuelta, y eran los que ganaba la que
tiraba. Mi hermana Mari era una experta ganaba siempre y se ganaba unos
dinerillos vendiéndolos a las que perdían. Los niños teníamos otro parecido,
pero con las tapas de las cajas de cerillas, que recortamos, se amontonaban una
cantidad indeterminada y se tapaba con la palma de la mano y se decía:” ¡sevillana
alza la mano y tapa!” Esta operación se hacía muy rápidamente y el contrincante
debía acertar la cantidad que había, si acertaba la cantidad los ganaba o de lo
contrario debería abonar lo deferencia.
Fotografía: Antigua casa armillera junto a otra de nueva construcción.
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