CARNAVALES DE ANTAÑO.

Una selección de recuerdos de Antonio Morenilla.

        
        Los carnavales de mi niñez y primera adolescencia  eran muy concurridos  en el sentido de que casi todo el mundo se disfrazaba. No se usaban  trajes lujosos ni nada de eso. No. Era otra forma de vivir estos festejos. Lo que hacían las gentes era  taparse las caras. Unos simplemente se colocaban en la cabeza una media de mujer, lo que provocaba un efecto grotesco y perturbador al intuirse, más que verse, unos rasgos deformados y monstruosos tras el tejido. Otros se confeccionaban unas máscaras de cartón que la gente adornaba profusamente con poco dinero y mucho ingenio. También se fabricaban  pelucas de cáñamo, de ese que nacía por  aquí, lo que daba al conjunto un peculiar aspecto. Formaban entonces los enmascarados una turbamulta  vocinglera y rara entre la que no conocías a nadie. No sabías quién era quien. Además, al extraño conjunto del personaje, se añadía la voz, esa voz también disfrazada que sonaba aguda y de pito o ronca y profunda. Ese ocultamiento llevaba a situaciones muy curiosas pues cuando alguna de estos fantoches pasaba junto a algún  familiar, amigo o vecino, éste ni se enteraba de quien era el  pintoresco personaje.
           Recuerdo que  siendo  yo muy niño, hubo en carnaval un ajuste de cuentas. El agresor, el que pegó una puñalada a otro, llevaba la cara tapada.  Para que no se produjeran sucesos como el descrito se prohibió la costumbre esa de hacerse irreconocible. Esto era muy perseguido por la guardia civil.
           No puedo dejar de referirme, esto ya era más adelante, cuando ya las caras no se escondían,  a un grupo e mujeres que cada año se inventaban unos disfraces muy graciosos y llenos de ingenio. Siempre diferentes. A su frente estaba “La Pipa”, una señora mayor que un año se disfrazó de bebé, y hasta se hizo un cochecito y todo adecuado a su tamaño. Se paseó entonces por el pueblo con su “familia” carnavalera: padres, hermanos…etc., todos ellos muy caricaturescos y divertidos y sin parar de hacer bromas, muecas y mojigangas.  También las recuerdo formando la esperpéntica comitiva de un entierro. Iban todas de negro, "llorando"y dando grandes gritos y alaridos tras ese “cadáver” pintarrajeado y burlón que hasta contaba con su correspondiente ataúd.

Fotografía: Grupo de armilleros disfrazados de árabes. 1950
Archivo Pepe Morenilla.
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