En invierno yo siempre estaba deseando que lloviera pues, en los
grandes charcos que se producían en las calle Granada, los niños de
Armilla nos dedicábamos a hacer “tornas”. Estas consistían en una especie
de presas que fabricábamos a base de poner tierra en los lados de esos charcos,
por lo que la calle se llenaba de esa especie de “lagos” artificiales. Por
desgracia las “tornas” duraban bien poco pues los carros de la basura siempre
terminaban por romperlas….hecho que a nosotros no nos importaba demasiado pues,
con esa energía incansable de la infancia, volvíamos a construir otras nuevas.
En la carretera de Gabia, a la altura del
puente de las eras, jugábamos a los tambores. Cogíamos un palito de
olivo. A continuación escarbábamos con el en el alquitrán recalentado de
la carretera (esta actividad, como es lógico, la llevábamos a cabo en
verano, cuando el asfalto se reblandecía con las calores). Luego era cuestión
de modelar una bola bien prieta con las manos (después de rebozar la bola en
tierra, claro, para no mancharnos), coger una lata grande de esas
de tomate y…¡hala, a tocar el tambor!.
Hablando de latas
también recuerdo como fabricábamos misiles caseros con carburo. Lo metíamos en
una lata, lo mezclábamos con agua, cerrábamos el bote, prendíamos una
mecha....y ...¡¡ Cohete directo a la luna!! (o casi).
Otro de
mis recuerdos de niño, también en verano, era cuando, metidos en la acequia
hasta las rodillas o hasta casi la cintura (según la edad y altura del niño en
cuestión) nos íbamos desde la iglesia de S. Miguel hasta Churriana o cuando
íbamos a bañarnos a la “Presa Mala” ( que estaba situada donde está ahora el
colegio “Julio Rodríguez”.
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