ESAS ESCUELAS DE ENTONCES.

      Una selección de recuerdos de Antonio Morenilla Martín


             

                   Por aquellos años cincuentaytantos y   primeros sesenta yo era un chaveílla que, como es natural, iba a la escuela. Entonces  los niños y las niñas estaban separados, no había enseñanza mixta, que eso  fue  bastante más adelante,  así que voy a centrar mis recuerdos en las escuelas masculinas que recuerdo y más concretamente  en la que yo asistía.  

          
        Más abajo de donde está la biblioteca pública se encontraba  situada  una de las primeras escuelas nacionales de Armilla. Le llamaban  “La Escuela de los Cagones”, ( aún no sé porqué, la verdad )  Allí daba clase D. Nicolás, un señor corpulento y bonachón  que venía cada día desde Granada montando en su bicicleta. Yo iba a la de D. Manuel que compartía nave con la de  D. Angel (para mí uno de los mejores maestros que han pasado por Armilla). Esta escuela, la mía, estaba cerca de las Tres Cruces,  y se entraba por un portón situado en una calle sin salida de la que no me acuerdo ahora el nombre.

            Cada mañana, antes  de entrar, formábamos en el patio,  y tras cantar una canción patriótica (¡Sí, eso se hacía¡) nos dirigíamos en orden a  a clase.  Rezábamos antes de sentarnos  y también recuerdo que  cuando alguien entraba en el aula (entonces no se llamaba así) todos nos levantábamos al tirón. Los pupitres eran de madera, con unos cubiletes para la tinta china para escribir con el plumier (aunque también lo hacíamos a lápiz y en unas pizarras pequeñas que teníamos, donde utilizábamos para ello el pizarrín, que a veces chirriaba y  me daba una dentera que “pa qúe.”)


             


    Recuerdo las cartillas de caligrafía, los estuches de madera (quien tenía uno de dos pisos era un privilegiado), los libros, que se llamaban “ enciclopedias” y en donde aparecían juntas todas las materias: es decir la Historia Sagrada , las Ciencias Naturales, las Matemáticas…todo estaba en el mismo manual , que era algo así  como el Compendio del Saber Universal., Parece que fue ayer cuando en grupos, nos reuníamos alrededor de la mesa del maestro cuando llegaba la hora de lectura. Entonces, con nuestro  manual de lectura en la mano, (un libro pequeño, más o menos como el catecismo, pero más gordo)   íbamos por turnos y a indicación del maestro leyendo las historias. Él nos corregía la entonación, el volumen, las pausas, la vocalización…etc ( “ “Menganito” sigue o “ Fulanito” más despacio”) y ,mientras tanto, todos los demás de la clase escuchaban atentos todas aquellas apasionantes narraciones y cuentecillos.
 
        Casa mañana el maestro, D. Manuel,  escogía a voleo a dos niños que, muy ufanos y contentos (así descansábamos  por un ratillo de las tareas escolares) con una gran cacerola, íbamos calle abajo hasta un horno que había en la calle real. Allí lo llenaban de agua caliente y entonces lo llevábamos de nuevo a la escuela donde empezaba un importante y casi sagrado ritual  que esperábamos diariamente con ilusión e impaciencia.  Salíamos al patio. El  maestro vertía sobre   a la olla, en el agua caliente, leche en  polvo. A continuación, solemnemente,   repartía la colación, con un cucharón grande y gastado, en unos cacillos de hojalata  que, junto al pan con aceite empapando el migajón, nos traíamos de nuestra casa.  Así era nuestros desayunos de entonces…¡ Y vaya que los disfrutábamos!

      En lo recreos los niños de las diferentes escuelas íbamos a jugar a las eras, a más o menos por donde ahora está situada la Venus de la plaza. Allí , entre otros juegos de la época, se hacían partidillos de fútbol entre unos y otros . El pitido del silbato del maestro daba por terminado el  recreo y , hala, cada mochuelo a su olivo, es decir cada niño a su escuela correspondiente.

       Por la tarde (pues por la tarde también íbamos a la escuela) tomábamos lo que popularmente era conocido entra la chiquillería de entonces como “Queso de mona”. Este era un queso amarillo, lo recuerdo bien rico, que cortaba el maestro a cachos cuadrados, como el turrón. Para esta “merendilla” ya no salíamos al patio. Nos comíamos el trozo de “queso de mona” en la misma clase…¡Ah! ¡Y sin pan ni nada!

     Miles de historietas, anécdotas y recuerdos  marcaron mi etapa escolar, pero como no puedo extenderme demasiado, para terminar esta crónica nostálgica no quiero  dejar de referirme al “ZZ” aquel ungüento con un olor desagradable y fuerte que nos echaban en la cabeza cuando había epidemia de piojos.

 
Fotografías: “Niño en la escuela” Armilla 1957
" La escuela de D. Ángel" Armilla 1949
" Niños de la Escuela Parroquial con Dª Irene, su maestra"Armilla 1968
Archivo Pepe Morenilla.

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