DON VENTURA. UN
MÉDICO EN BICICLETA.
Una selección de recuerdos de Encarnita Quesada Porcel.
Supongo que tú conoces esa plaza de abajo enfrente de la iglesia... ¿Sabes por qué se llama plaza Don Ventura? Bueno, en unos bajos de esa plaza tenía un médico la consulta. Se llamaba Don Ventura. Yo iba allí todos los meses para lo de las recetas. Era el hombre muy amigo de mis padres y muy buena persona también. No nos cobraba ni un euro, bueno, ni una peseta. En aquellos tiempos eran pesetas, ya sabes. A mi madre la asistió de parto, porque el hombre también asistía a las a las embarazadas en los partos.
Don Ventura tenía dos hijas: Maribel y Rosita, o sea Rosa Mari. Me acuerdo de la habitación de aquellas niñas, llenas de muñecas y casitas. Lo sé porque mi Angustitas, mi hermana, que en paz descanse, era muy amiga de esas dos niñas, las hijas de D. Ventura. Don Ventura Jiménez. Jiménez era su apellido, del otro no me acuerdo. Tenía una mujer guapísima. Mi madre, como se portaba tan bien este médico con todos nosotros, cada año le llevaba un gallo…Total, qué quieres que te cuente…Que era muy buena persona…Que la gente le quería mucho... ¡Pero tenía una boca! ¡Era muy mal “hablao”!. Muy buena persona y muy mal hablado, lo mismo que te digo una cosa te digo la otra. Eso sí, a mi madre siempre le tuvo mucho respeto y mucho miramiento. A mi madre le trataba muy formal y muy en su sitio.
No se cortaba un pelo y decía de tacos que no veas, pero la verdad es que tenía gracia el “condenao”. Siempre tenía un chiste, un chascarrillo, una picardía, una broma en la punta de la lengua… ¡Qué demonio de hombre!... Creo que en aquellos momentos en que acudíamos a él porque estábamos”malicos”, pues, con sus cosas, sus risas, sus chistes y cuchufletas ya empezaba a curarnos, de verdad de lo digo.
Me acuerdo como si fuese ayer cuando un día mi tía Teresa, que en paz descanse, una hermana de mi padre, fue a verlo a la consulta. Estábamos todos esperando allí fuera…entonces llegó él, como siempre con su bicicleta .Entonces empezó, como jugando, a achucharla con la bici ¡Qué risa el guirigay que montó en un momento!. Don Ventura, al entrar en su consultorio, siempre tenía algo que decir a unos y a otros. ¡La que armaba en un plis plas! Este hombre hizo mucho por el pueblo. A quien no le podía pagar pues no le cobraba. Quien no tenía cartilla del médico entonces pues le tocaba pagar, fíjate lo que te digo. Te estoy hablando de hace más de 70 años, fíjate tú. Las cosas no eran como ahora, que, la verdad, todo eso de los médicos está más organizado. Por lo pronto ya nadie tiene que pagar.
Había también una matrona que se llamaba Casilda. Vivía en el barrio de Napoleón. Ponía inyecciones y también la llamaban cuando las mujeres iban a dar a luz. En aquellos tiempos los niños se tenían en las casas. Las parturientas no iban a los sanitarios ni nada de eso…quita.
Me acabo de acordar, fíjate si era si era listo, lo estoy viendo, cuando tenía la consulta al lado del Ayuntamiento, una nave muy grande, de aquí a allí…jejeeje. Pues, a lo que iba, lo que demuestra lo vivo y desenvuelto que era: Me veía entrar, allí a lo lejos, que casi ni me había sentado y ya lo tenía al lado con las recetas que yo iba a buscar. .Las recetas de mi madre. ¡Qué hombre! “Espabilao” y despierto como una avispa. Él ya sabía a lo que yo iba y antes de nada ya tenía las recetas en mis manos. Y así era con todo el mundo, no te vayas a creer… De todas las personas que había allí esperando se sabía “toíco”, vida y milagros y los medicamentos, papeles, recetas y dolencias de cada uno. Una eminencia, de verdad, fíjate lo que te digo.
Era muy buen médico y muy trabajador…Lo mismo le llamaban las que iban a parir, que iba a las casas a ver a los enfermos. Siempre encima de su famosa bicicleta. Después llegó D. Alberto, que vivía en la carretera y que también era muy bueno, las cosas como son. Don Ventura también vivía aquí en Armilla. Él era de “Graná” pero tenía también su casa en Armilla. Una casa muy “señorica” y muy bien puesta.
Espera, que me acabo de acordar: A Don Ventura, un día, le robaron la bicicleta. Como ya te dije iba montado en ella a atender a sus pacientes en las casas….¡¡Qué mal rato paso el pobre! Las cosas eran de otra forma entonces y una bicicleta era un lujo. ¡Qué estampa! Don Ventura y su bici calle arriba y calle abajo. Parce que lo estoy viendo. Mira, mira como se me pone el vello del brazo. Un hombre serio en lo suyo, pero también jovial y entusiasta al que podías encontrarte, como se lo encontraron más de una vez algunos zagalones, dándose un baño, en la alberca de los curas o en la del hospicio, en esas horas de verano en las que el calor aprieta y las chicharras se vuelven locas con su cri-cri.
Don Ventura, un hombre-hombre. Leal. No le daba miedo de nada ni de nadie. Si tenía que decir algo a quien sea no se achantaba. Las cosas claras, sin miedo y a la cara. Ya fuera monaguillo, alcalde, sacristán, boticario, cura o el “sumsumcorda” que baje del cielo bendito…Si tenía que decir algo pues lo decía. Sin pelos en la lengua, clarito como el agua de la fuente y sin paños calientes.
Don Ventura, un personaje, un caballero que se vestía por los pies. Me agrada la oportunidad de poder contar estas cuatro cosas porque no quiero que se pierda su recuerdo. Que no se quede todo en la cabeza de cuatro gatos, de cuatro viejos armilleros que tuvimos la suerte de conocerlo. Me gustaría que se siguiese conservando su memoria. Que su nombre, Don Ventura, no fuera solamente el nombre de una plaza. Desde aquí quiero que se sepa que detrás de ese nombre había un hombre bueno que hizo mucho por su gente. Su gente de Armilla. Un pueblo que ahora es ya otro, dónde va a parar, pero que aún conserva, estoy segura de ello, en algunos rincones, la sombra de una peculiar figura en bicicleta que era todo alegría y entusiasmo y que en cada pastilla que recetaba transmitía un poco de su amor a la vida.
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